It takes a village to raise a kid, version ecuatoriana-canadiense

He vivido en Canadá 5 años y ha sido difícil sentir este sentimiento de comunidad. Pienso que de alguna manera por este miedo de “encariñarse” con algún lugar y que luego tenga que ir, reviviendo un poco el hecho de haber vivido en dos países que luego tuve que dejar atrás. 

Este sentimiento de “pertenecer” creció mucho con el nacimiento de Olivia, pero sin duda ha tenido más fuerza estos últimos cuatro meses, cuando nos mudamos a nuestra primera casa. 

Esta mudanza fue llena de nostalgia combinada con ese orgullo de haber comprado nuestra primera casa, y cuánto hemos avanzado. Así como este sentimiento de saber que esta mudanza podría ser la última (quién sabe, pero por ahora quiero pensar que no me tengo que mudar por un buen buen tiempo). 

Llegamos a un complejo de casas adosadas en la ciudad en la que vivimos. Nos mudamos en abril y luego empezamos esta aventura de desempacar y turistear por nuestro nuevo barrio. 

Al principio se sentía un poco callado entre tantas casas en donde la cultura canadiense (y el actual COVID 19) hace que la gente sea muy distante y que no se metan en asuntos de nadie. Esta cultura “respetuosa” ha hecho que siempre me cueste sentir el pertenecer. 

Entre salir y entrar a nuestra nueva casa, conocimos a nuestros vecinos, dos parejas (con mascotas) que son muy amables y se ofrecieron a ayudarnos en lo que necesitáramos. A los pocos días, una de ellas nos regaló un “housewarming gift” (regalo de bienvenida) con una carta escrita a mano en donde se presentaban, nos daban sus números y nos decían que si necesitábamos algo. 

Poco a poco empezamos a conocer a más vecinos y nos dimos cuenta que el complejo es un poco una combinación entre jóvenes parejas con hijos o mascotas, y hay alrededor de 8 niños con edades cercanas a la de nuestra hija. 

Un sábado, llegué de hacer las compras del super con mi hija y me bajé del carro para abrir la puerta para bajar las compras, y me di cuenta que deje encerrada a mi hija en el carro con mi teléfono, llaves, y compras. Corrí a uno de los vecinos que me prestó su teléfono para llamar a la aseguradora y reportar para que puedan venir a ayudarme. El vecino se quedó conmigo mientras yo estaba desesperada por mi hija, que empezaba a llorar dentro del carro en su asiento diciendo “mami quiero salir”. 

En otra ocasión, mi carro se dañó y necesitábamos retirar el carro de mi cuñado pero eran las 8 de la noche y Olivia ya dormía tranquilamente. Aquí no se puede dejar a los niños solos en la casa, así que pedimos a la vecina si podía tener el monitor/cámara del cuarto de Olivia por si acaso se levantaba. Ella muy contenta se ofreció a ayudarnos y pudimos retirar el carro sin problema. Olivia no se levantó y la vecina estaba feliz de ayudarnos. 

También me han regalado ropa y zapatos para Olivia de una de las vecinas que tiene una hija mayor a mi pequeña con dos años. Yo ofrecí pagarle pero no quiso así que le compre una tarjeta de Starbucks como agradecimiento. 

Y así, puedo seguir nombrando situaciones que han pasado en estos últimos meses que me han demostrado lo difícil que es la crianza de un ser humano y que en realidad es una crianza compartida con la comunidad. Una comunidad que fue ajena a mi pero que hoy entiendo que la cultura canadiense no es fría, sino que les toma tiempo socializar e integrarse, pero cuando lo hacen, son excelentes vecinos y amigos.


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